Acudir al Café del Jardín, en el Museo del Romanticismo de Madrid, es empezar de una manera insuperable el día. Un lugar para dejar pasar las horas, donde la ausencia de ruido cede espacio a la conversación. En torno a un café, acompañado por «mollete» de pan con tomate, sal y aceite, Jon Michelena, director general de CEPREVEN –Asociación de Investigación para la Seguridad de Vidas y Bienes–, empieza a desgranar su historia profesional y personal.
Sorprende su puntualidad en la cita –hoy es jornada de lluvia y atascos en la capital– y sorprenden, aún más, los 26 años de trabajo en la asociación. Todo un récord hoy en día, que comenzó tras una entrevista con Miguel Ángel Saldaña –por entonces director de Cepreven– al que estuvo «persiguiendo» hasta que consiguió entrar como becario.
Aquel estudiante de ingeniería quizás nunca imaginó que llegaría a dirigir una asociación, que hoy en día cuenta con la colaboración de 170 miembros asociados y ha impartido formación a más de 42.000 técnicos relacionados con la Seguridad y la Prevención en diversos ámbitos, pero de una manera especial con la Seguridad contra Incendios.
Rodeado de un «gran equipo de profesionales muy preparado», Michelena no se amilana ante la situación actual. Tiene ante sí un gran reto, conseguir que este «sector remonte» y, tal vez, también la fórmula para ello: «Mirar siempre para el futuro e intentar hacer las cosas bien». Una declaración de intenciones que le lleva de inmediato a desvelar los valores sobre los que asienta su vida: amistad, honradez y tolerancia.
De hablar pausado, con un atisbo de timidez que desaparece a los pocos minutos de comenzar la entrevista, este oriundo de San Sebastián, de mirada bondadosa, aspira a tener el mayor número de momentos felices –«la vida es una búsqueda continua de la felicidad», matiza. Disfruta con la fotografía y con las novelas de García Márquez y Vargas Llosa, pero, sobre todo, cuando se adentra en el mundo del caravaning. «Hace años recorrí parte de Europa en autocaravana con mis hemanos. Al final, terminé por comprarme una, ¡eso sí! de segunda mano–recalca en tono divertido–, y en vacaciones viajamos la familia. Tengo muy buenos recuerdos».
Como nostálgico e imborrable es el recuerdo de su primera moto –«hoy, y viviendo en Madrid, es de lo único que no podría prescindir», señala– que compró siendo un adolescente trabajando de peón en un fábrica de piensos. Una afición que, todo parece indicar, se gestó a los pocos días de vida cuando, a bordo de una Lambretta conducida por su padre, ya «iba de paquete» en los brazos de su madre.
Lo dicho, jornada de lluvia y atasco. Sorprende, ante este panorama, la exactitud con la que el protagonista acude a la cita de este «Un cáfe con…»; ahora ya no: Michelena, a los mandos de una «Scooter» sortea obstáculos y barreras por las calles de Madrid. La puntualidad siempre ha sido una virtud…