Un escenario mágico y un interlocutor entregado hacen de esta entrevista única. Maravillosas obras de arte son testigos silenciosos de una tarde de confidencias cargada de minuciosas pinceladas de sinceridad. Un solitario Museo de Bellas Artes de Bilbao –hoy es día de descanso– abre sus puertas sin reservas a «Un Café con…» de la mano de su responsable de Seguridad, Bruno Itxaso, quien convierte esta cita en una visita guiada por las imágenes de una vida donde el arte se entremezcla con la realidad y los recuerdos.
Trabajar en una pinacoteca no es algo de lo que sea sencillo abstraerse. Y si no que se lo pregunten a nuestro protagonista, quien, tras más de 15 años al frente de la seguridad de un museo con más de un siglo de historia, conoce casi a ciegas todos y cada uno de los lienzos que cuelgan de sus paredes.
Las palabras de esta conversación hoy resuenan altas y claras durante un inusual itinerario artístico en el que Itxaso reconoce en repetidas ocasiones el deber que tiene de proteger aquello de lo que podrán disfrutar próximas generaciones. «¿Responsabilidad? Muchísima. Tengo en mis manos el compromiso de cuidar el patrimonio histórico y artístico para el futuro», explica. Curtido en un largo camino profesional -con solo 18 años dirigía una empresa de servicios de limpieza-, Bruno Itxaso aterrizaría en el mundo de la seguridad como jefe de servicios en una compañía donde llegó a coordinar a más de 200 personas. Años después pinturas de Zurbarán, Sorolla, Barceló o Tápies acompañarían su profesión de tonalidades, formas y contrastes.
Sincero, curioso y de hábil respuesta, desprende grandes dosis de emotividad al hablar de aquellos que trabajan mano a mano con él –«mi equipo es la pieza fundamental de mi trabajo»–, y de los que han compartido parte de su andadura en el sector –con especial mención a los miembros de la asociación Protecturi, de la que fue socio fundador. Se queja de las limitaciones económicas en inversión de seguridad que ha traído la crisis y de la falta de obligatoriedad del director de Seguridad en muchos sectores.
Comienza una charla más íntima y personal donde este campechano bilbaíno de madre cántabra confiesa la fuerte conexión emocional que tiene con la «cuadrilla» de amigos de toda la vida. «Soy un sentimental. A mí lo que me importa son las personas». Amante de la naturaleza, viaja en autocaravana por España y Europa, y es un experto fotógrafo –«hago instantáneas de detalle: cosas pequeñas, insectos…»–. De sonrisa permanente, presume de tocar la batería e incluso de subirse al escenario a «darle a los palos» interpretando estándares de jazz. De buen paladar –solo rechaza las lentejas–, se decanta por la cerveza y el txakoli. Comprometido, disciplinado, tenaz, hogareño, de espíritu vivo… Él es una de esas personas que dejan huella.