El destino, dicen, está escrito. El suyo comenzó a escribirse ante el anuncio de un periódico donde se solicitaba «secretaria para oficina de nueve a dos». Seleccionada para el puesto, Eva Grueso, hoy presidenta de la Asociación Profesional de Detectives Privados de España (APDPE), descubriría entonces que la oficina albergaba un despacho de detectives. De las labores administrativas, pronto pasó a acompañar a «aquellos detectives» en sus salidas a la calle. Disfrutaba tanto que, pese a no alcanzar aún la mayoría de edad, lo tuvo claro: «Quiero ser detective».
Y ahora, no tantos años después, recuerda que, tras obtener la tarjeta de Auxiliar de Detective, «retomé los estudios y me diplomé en detective privado y criminología» para obtener la habilitación profesional. De aquel primer despacho pasó a otro, y de ese a otro… y, por fin, al suyo. Bajas fingidas, separaciones, espionaje industrial, investigación económica… horas y horas de espera, seguimientos,… Pero, al final, ¿todo será siempre igual?. «No ¡Cada día me sorprendo! – apunta mientras abre esos profundos ojos verdes que llaman tanto la atención. Esto es lo mejor de esta profesión. Aunque el objeto de investigación pueda coincidir, las situaciones son completamente distintas, y tú te tienes que adaptar».
Luchadora incansable para que desaparezca esa imagen distorsionada que la sociedad tiene de la figura del detective privado, Eva Grueso se echa las manos a la cabeza con sólo escuchar el término «espía». Sabe de lo que hablamos –no hizo referencia expresa al caso Método 3, hoy ya archivado, durante toda la entrevista–, por eso fue clara en su réplica: «La profesión ha vivido momentos que nunca hubiese imaginado. Se ha puesto en entredicho la labor de grandes profesionales. Ha sido el peor momento por el que hemos pasado los detectives».
Entre tanto –pasamos página– sueña con poder volver a viajar por Europa, leer, y… «tener tiempo para hacer cosas. Ahora sólo lo tengo para dormir. ¡Fíjate que poco pido!», apunta entre risas.
Elegante, amable en el trato y dulce en el habla, esta urbanita convencida se lanzó a la aventura de hacer el Camino de Santiago –recuerda el sacrificio físico que le supuso, «yo de ejercicio nada de nada»–. Una extraodinaria experiencia, donde aprendió que en la vida no hay nada de lo que no se pueda prescindir -«empezando por el móvil», dice, mientras lo levanta con una mano. «La esencia del recorrido es el contacto con las personas, del que hoy carecemos. El Camino de Santiago fue mi mayor superación personal».
El relato de una vida, contado en poco más de 50 líneas. Doy fe de que nada ni nadie podrá detener a esta mujer para alcanzar, o cambiar, quién sabe, su destino.